DOLORS ALBEROLA



DOLORS ALBEROLA
(Valencia-España)


ENFRENTE DEL MUSEO

Existen esas calles en las ciudades, rotas,
donde el viento parece llegar de otros inviernos
que ya fueron el mismo a través de los años.
Delante de la piedra que circunda el museo,
en aquella plazuela moteada por árboles
se alzó un viejo patíbulo. Allí murieron todos
los que ceden sus voces a la noche.
No quiero dar más datos del palacio derruido
que se abre en las fronteras de la plaza,
solamente que un friso
de leones y lanzas lo recorre
todavía ciñendo, ya en su altura,
el vacío interior donde crece la grama.
Se oyen voces, mujeres enlutadas gritando
con sus faldas negruzcas de hollín y niños sucios
lanzando piedrecillas con sus pies
mientras tanto sus padres vociferan y aplauden
la muerte de un gañán
que llevaron allí sobre un burro famélico.
Sonaron los redobles de cajas destempladas
y los encapuchados amarraron al reo
las dos manos, sentándolo en el madero justo
para llegar su cuello hasta el tornillo.
Se oyen voces aún en esas calles sordas
que bajan a las plazas oxidadas.
La luna, displicente, levanta sus encajes
contra las hojarascas que levitan,
ajenas al tumulto que se sigue acercando
desde esos otros tiempos, esos otros inviernos,
esas otras costumbres de aniquilar la vida
y yo veo allegarse, oscuramente intruso,
ese tropel de gentes que repiten
la misma ceremonia cada noche.
Cómo borrar aquellas pisadas, los tambores
con sus cueros flojísimos, las argollas, la angustia,
la muerte que disfraza cada vez sus esbirros
y cae lentamente, mientras la luna, impávida,
sigue acariciando
las nocturnas caléndulas que crecen en los ojos.


TESTAMENTO DE UNICORNIO

Pediría la vida, pero os dejo
la delgadez enjuta de la caña,
pues detrás está Dios -siempre se dijo-.
Y os dejo cada guerra, son vehículos
iguales que una hoguera o un campo donde niños
van, tocados de seda, hasta la muerte.
Yo no quiero dañaros, si os entrego
varios libros sagrados con metáforas,
si os regalo los verbos donde el hombre
va elevando su voz sin que le escuchen
y formando a la par tantos mundos erráticos.
Os dejo las sandalias del dolor
que sí existiera siempre entre nosotros
y los mares desnudos de miseria
y las casas enormes que no habitara nunca
y la fe en tantos otros, inmersos, como yo,
en una duda larga y transitoria.
Y os regalo a Odín y a sus walkirias,
muertas ya tantos siglos
-podéis hacer con ello tantas cosas-.
Pediría la vida, pero os dejo,
os dejo en la miseria mis poemas,
tantas permutaciones
cuyo valor constante sólo es uno,
cuya forma constante sólo es nada,
cuyo terror constante sólo es todo.
Os dejo, así, minúsculo, como quien pide el aire,
un amor de papel, un sueño de papel,
un dios que, de papel, aprendí cuando niña,
unas siluetas tristes en papel
que alegremente iban levantándome un cuerpo,
una música enorme en el papel,
un paisaje sin mácula en papel,
toda una geometría.
Los misterios más grandes fui allanando
como un bosque de texto, aquí, en papel;
el amor que no fue
se fue rehaciendo entre las páginas
-el puñal no habitaba entre sus líneas-.
La cantidad más grande, capaz de comprar China,
New York y sus miserias, en papel;
el más turbio deseo, aquí, en papel.
Tal vez no comprendáis que este libro de viento
sea el caudal extremo que os dejara.
Pediría la vida y os regalo a Thor,
a Buda, a Dionisos,
porque detrás del viento y de la mano,
lo mismo que hay un dios, está la soledad,
la eterna soledad del miserable
al que una musa abriera sus dos brazos.


UNICORNIO EN MATHAUSSEN

Yo, Lía Hermann, he encontrado un papel.
Miro con sobresalto ese dibujo
que encerré entre mi ropa esta mañana.
Anochecía ayer cuando a esas mujeres las llevaron
entre gritos y niños con ojeras, cerúleas.
Se abrió en par el pabellón y alguna
dejó caer la hoja, cuarteada de miedo.
Un extraño animal y, debajo, un versículo
sobre el nombre de Job.
Es un esbozo apenas,
unas líneas apenas, unos signos
de una mano que, apenas, supo trazar la forma.
Yo, Lía Hermann, creo
que la otra noche oí cómo bramaba un hombre
sobre una joven virgen delgada como un sauce,
y lo escuché toser entre el plural agobio
y entremezclar su júbilo con llantos.
Miro con amargura ese caballo,
tal si fuera un juguete de lujo, una sorpresa
con un tornado gélido en su frente.
Y escuché unas palabras y una respuesta rota
y una voz que parecía seda, ya ultimándose.
Luego, la vi llegar
-el pabellón estaba ya en la noche-
y sentarse encogida en un rincón.
Una extraña silueta fue acercándose
hasta quedar dormida en su regazo.


VALLE CON MEMORIA

Con las sandalias rotas,
el perfume a Chanel-seis, dispersándose,
la marca ya en mi frente, producto en algodón,
cristales en los ojos, talonario de dudas.
Con las sandalias rotas y esos pies que mantengo
desnudos tantos siglos,
sangrantes al hacer, nuevamente, el amor.
Dos desandados pies con olmos yermos,
primaveras de pies, como guernicas rotos,
con las uñas clavadas en los versos
y la voz: «Adelante,
se hace camino. Andad,
no dejéis la montaña en la montaña,
subid hasta la cumbre, oh mujeres,
todas dentro de mí» –las niñas, muertas,
con su dolor de niña a cada instante,
las delicadas niñas ante el padre
que también se llevara ese huracán,
el padre carcomido en la miseria
de haber nacido esclavo–.
Avanzad hacia el templo,
vagad por las ciudades incendiadas,
golpead los dinteles, ved si hay alguien
que compre cinco justos. Ved si el mundo
es un sueño siquiera. Ahí, mirad,
contra los cementerios, muertos.
Contra las alambradas, muertos,
poetas con el pecho cercenado y las ingles.
Todas mis hembras fatuas, tantas yo
que son miles los panes y los peces.
Con las sandalias rotas, y los ojos, sí, rotos
de ver la sangre irse
y quedarse los pájaros cantando.


CAMINO DE SEGOR

No sé si eran trenes.
Salían desde el fuego, carreteras
con gente como antorchas, inundando la tarde.
Mirabas hacia atrás, veías charcos,
miradas que mostraban lobos dulces,
lobos locos aullando, lobos desheredados,
lentos lobos muriéndose de amor.
Había niños, como puzzles bellísimos,
rasgados por el odio. Unas muchachas
agarrándose al miedo, con las túnicas
rasgadas y asomándose
los delicados pechos contra el fuego.
Delgadísimos viejos renqueando
entre el polvo y el aire enfurecido.
La ciudad diluyéndose,
Sodoma o Madrid. Mathaussen o Manhattan.
No sé si eran trenes,
ni en qué lugar el dios, ni a qué creencia,
ni por qué tanto pánico. Y el cielo
era una hoguera rosa que caía
a láminas de sal. Ella, desnuda,
no sé si descendiendo de un vagón
que saliera temprano hacia el infierno.

4 comentarios:

  1. Querida Dolores:
    Gracias por este viaje infinito en tu palabra, donde queda claro que la miseria, el dolor, la injusticia, seguirá por siempre aflorando; no hay lejía que borre esas manchas.
    Se agradece tu palabra indestructible.
    Mi abrazo.

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  2. Gracia Dolores, por tus palabras, por Odin y sus Walkirias, por esa ciudad diluyéndose en cada verso!

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  3. Aurymar: Maravilloso poemas que nos hacen recorrer las cimas y los valles de la vida!
    Te abrazo.

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  4. DOLORS : No se porque el lapsus . Será porque el dolor se ha hecho compañero ? Porque amo el color de mar (que no tengo ) al atardecer.
    Te quiero y disculpa por cambiarte el nombre.

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